LECCIÓN DE DOS CUERVOS

Un cuervo en una rama

Ayer, en una tranquila tarde de mayo, conducía de regreso a casa con mi hija y observamos al entrar en nuestra calle a un pequeño cuervo que yacía en la acera de la esquina. Nuestro vecindario es el hogar de una pintoresca variedad de aves, desde los minúsculos colibríes que mueven sus alas a una sorprendente velocidad de 10 a 15 veces por segundo, hasta los llamados búhos de granero, con su apariencia de sabios estoicos que no hablan, pero se fijan mucho. Sin embargo, el ave más notoria de estas zonas residenciales del sur de California es el cuervo. Esta ave tiene un color negro azabache y su tamaño es formidable, de hasta 40 y 50 cm. de pico a cola. En nuestro vecindario hay una importante comunidad cuervil. Son los dueños y señores a la hora de conseguir los primeros y mejores manjares en cuestión de granos y pequeñas frutas, o de insectos, lombrices, carroña, y en general, lo que esté a mano.

Volviendo a este cuervo en particular, lo identificamos como un cuervo de tal vez unos dos meses, por su tamaño y por las plumas más tiernas de la cabeza. Pensando que quizá estaba herido o que a lo mejor se había caído del nido, decidí ir a echarle un vistazo. Así pues, caminé calle abajo y me detuve a un par de metros del pajarito en cuestión. Lo observé y mi evaluación original era correcta: un cuervo joven que empezó a moverse cautelosamente a pequeños saltos, alertado por mi presencia. Me empecé a acercar lentamente para cerciorarme de que no estaba herido y verificar que pudiera volar. La cría saltó a una valla de ladrillo y emitió un sonido. Al instante, dos inmensos cuervos aparecieron de la nada y empezaron a… ¡gritarme! Uno se posó en el tejado de la fachada de una casa y el otro en la chimenea de otra casa. Y después de emitir unos graznidos amenazadores, se zambulleron en el aire, bandeando en el espacio entre dos frondosos árboles donde yo me encontraba. No voy a negar que me asusté un poco e inicié mi regreso calle arriba a la seguridad de mi hogar, no sin experimentar que uno de los dos cuervos grandes, sin dejar de graznar, volviese a lanzarse cúal avión de guerra más cerca de mi cabeza que la primera vez.

Mientras regresaba apresuradamente, pensé: “Sin duda eran los padres del cuervito, que estaban velando a su polluelo en la distancia, y cuando me vieron, a un humano quizá cinco o seis veces más alto que ellos, merodeando peligrosamente cerca de su cría, no dudaron en desafiarme y dejarme bien claro que iban en serio.” ¡Un par de pájaros me dieron una reprimenda de enfurecidos graznidos por acercarme a su cría! Toda una gigante en comparación con ellos. Me pareció sorprendente. Cuando llegué a casa, hice una pequeña búsqueda del comportamiento de los cuervos, y es un hecho el que estas aves se vuelven tremendamente territoriales durante los meses de abril y mayo y con agresividad defienden a sus crías.

Después de esta experiencia con estos animales, no he podido evitar hacer la triste comparación con el comportamiento de algunos seres humanos en nuestro mundo hoy: los cuervos protegen a sus crías más que muchos de nosotros. ¿Quién ha puesto ese instinto protector hacia la vida del más débil e indefenso en estos animales? El Creador. Y ellos nos dan cátedra a nosotros. ¿No deberíamos defender a nuestros hijos (aun a los no nacidos) con esa fiereza y celo, con esa determinación y valentía, incluso si nos jugamos la vida en ello? Yo respondo con un contundente y aplastante “¡SÍ!”

Llevamos desde el siglo pasado lidiando con este ataque monstruoso del aborto en nuestra sociedad. ¿Dónde está el clamor como sociedad en general? ¿Dónde está el cilicio y ceniza y el rasgarse las vestiduras ante los abusos y violencias infligidos sobre nuestros hijos, nacidos y no nacidos? Ahora el enemigo voraz ha salido envalentonado y desvergonzadamente está imponiendo nuevas formas de destrucción en masa de nuestros hijos, con estas ideologías marxistas de género y de destruir la identidad humana DADA POR EL CREADOR. Como se dice por tierras americanas, nuestros derechos y libertades humanas los hemos recibido de Dios y, por lo tanto, el gobierno no nos los puede quitar. El gobierno no lo dio, el gobierno no lo puede quitar. El problema es que muchos no lo saben. ¿Dónde está esa valentía para levantarse en fe ante un gobierno tirano e impío y decirle: “¡Hasta aquí! ¡No más!”? Es hora de que los gobiernos de las naciones y las potestades espirituales que los manipulan escuchen de nosotros, la iglesia de Jesucristo, lo siguiente: “Ahora te me vas de inmediato. No te temo. Me has engañado por décadas, pero ya te conozco. Te he identificado. Eres un monstruo y quieres destruir a mis hijos. Pero me he despertado. He visto la realidad de lo que estás haciendo, y voy a defender a mis hijos, nacidos y no nacidos, con todo lo que tengo. Y si muero, moriré con las botas puestas. Si me encarcelas, seguiré peleando en la cárcel y hablando la verdad. ¡Jesucristo es la VERDAD! Pensabas que nos habías anulado bajo un sueño y estupor de falsa docilidad y mansedumbre, de borreguismo estúpido del ¿dónde va Vicente? Donde va la gente, de ceguera modernista. Pues no. El gigante dormido se ha despertado.

Grupos cristianos están batallando ahora mismo en España y en otras naciones. ¿Les vamos a dejar solos, o vamos a unirnos en la lucha, aunque se destruya nuestra comodidad y enfrentemos la hostilidad del impío? “Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían.” (Lucas 19:40)

¿Las piedras clamarán y los cuervos nos darán lecciones? Con todo mi corazón espero que no.

 

Beatriz Suárez G-Estéfani

Colaboradora de AESVIDA